El espacio

Él era pequeño, tumbaba su cara sobre mi pierna, quería que le acariciara, le dijera sin una palabra que estaba ahí, que compartiera mi olor con el suyo, y en calma, nos fuéramos lejos, al espacio, cerca de los planetas, donde el tráfico de naves espaciales era insoportable y constante. Allí, quietos, en lo alto de una montaña blanca y fría, mirábamos a izquierda y derecha, no resbalábamos, y de puntillas, sin que el viento nos derrotara, tratábamos de ver la luz del sol golpeando por encima de la luna. Los dos, en una falsa suspensión, necesitábamos sujetarnos para ser amor. Sus pequeños dedos apenas entraban entre los míos. Mis enormes dedos sostenían los suyos. Yo era grande, y vestía zapatos viejos y calcetines usados.

-¿Cuándo viene el autobús, papá?

-Cuando no le esperes.

-¿Por qué?

-La vida, en cierta manera, creo que siempre es así.

-¿Cómo?

-Inesperada.

Echaba de menos sus ojos mirándome en el espejo. El pelo cayéndole entre mis labios. Un día, detrás solo aparecía la cortina de la bañera, oscura a la altura de los pies, colorida en el techo, ondulada, íntima e incómoda. Echaba de menos los pasos entre los dos, breves. En ese vacío, había vértigo, sentía un precicipicio, paseaba el miedo, los nervios, el temblor, y en ese universo extraño los dos vivíamos muy seguros. Ahora dejo correr el agua del grifo, escupo restos de galleta, espuma, dentífrico, y al final siempre lloro. El espejo continúa sin el peso de tus ojos, ya no te beso y te echo de menos.

Dormí aquella noche, era tarde y temprano, era el final de algo, el algo era arte, el arte era pobre, y yo no sabía ni qué era ni cómo era. Desperté a la mañana siguiente. Amanecí vestido, con los zapatos puestos, el jersey de lana torcido y amordázándome el cuello, el alcohol en los labios secándome la lengua, el calzoncillo mojado, y mi cuerpo desorientado, afónico, débil, desconocido y solitario. Traté de poner una canción mientras mis ojos en el mismo espejo se preguntaban dónde estaba yo. Dónde. Golpeé el aire, el espacio, no hice nada, y con el silencio en los oídos bebí mucha leche fría y blanca, y la derramé por mi cara, mi cuello, mi jersey de lana, y con ira, exploté el cartón en el suelo. Amanecí en una pesadilla, dolía, y ya no dormí.

Él era como yo, yo era como él, ella quería que fuera parte de mí. Hacíamos el amor en una habitación y no decíamos una palabra. En la oscuridad casi absoluta éramos parte del tacto. Él nació como los dos, y los dos, sin darnos cuenta, dibujamos un espacio.

-Te recuerdo en el suelo, comiendo a mi lado.

-¿Mirándote?

-Como si fuera un lienzo inolvidable.

-¿Y ahora?

-Soy un dibujo monstruoso. Y por eso, tal vez, no te acercas a mí.

-¿Por si me muerdes?

-Y nunca te curo.

-¿Sabes que el arte es como las flores?

-No…

-Si no lo cuidas, muere.

Él era grande como un árbol. No tenía hojas verdes. No tenía pinchos en sus ramas retorcidas, hermosas y confusas, y brotaba algún fruto apetecible y flores tímidas en primavera. Nadie alrededor. Cuando quería hacer caca en el váter aún daba dos pasos con sigilo, y sin apenas distancia me lo susurraba al oído. Ve, siempre le decía. Él ya no quería volar, yo tampoco quería enseñarle a volar. Él corría, yo me conformaba con sólo estar de pie. Preparé té rojo, preparé dos galletas para cada uno, una bandeja de madera de un solo color, y sobre el mantel sin planchar, nos miramos.

-¿Ligero?

-Mucho.

-Me alegro.

-¿Vendrás, papá?

-Nunca, aunque no lo parezca, nunca me voy.

-¿Y mamá?

-Ella siempre está.

-Nunca dejes que no esté. Por favor.

-A veces tengo miedo.

-¿De qué?

-De irme y no encontrarla.

-Te quiere…

-La quiero.

-He comprado una tarta de chocolate y vainilla.

Nunca supe si fui, tampoco si estuve. Le abracé, y en lo alto de la misma montaña, de puntillas, con los dedos como los pinchos de un tenedor hambriento, tratamos de tocar las estrellas. Las naves espaciales habían desaparecido, el sol no tocaba la luna, y los planetas se habían alejado demasiado. Lloré porque todo era mentira, y por que él tenía un número de pie más grande que el mío. Yo aún vestía zapatos viejos y calcetines usados.

Fotografía: Lara Hotz.


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